La semana pasada se adelantaba por sorpresa el anuncio del fallo del Premio de Arquitectura más prestigioso del planeta, el Premio Pritzker. La razón era el fallecimiento del galardonado Frei Otto y el intento de explicar que, si bien la entrega del premio era a título póstumo, no lo era la decisión de concedérselo por parte del jurado del que se considera el equivalente al Nobel de Arquitectura.
Ligereza, audacia
constructiva, transparencia, luz: esos son los principales componentes de su
arquitectura.
¿Quién no ha visto alguna foto
del complejo en torno al estadio olímpico de Múnich? ¿A quién no le ha
sorprendido y maravillado la ligereza y la extensión de esa cubierta que
unifica el estadio con su entorno? ¿Su integración paisajística y la
composición de un nuevo tipo de parque urbano?
Sin embargo esta obra es mucho
más que eso.
Los terrenos en los que se
asienta fueron el vertedero de gran parte de los escombros a los que fue
reducida la capital bávara por los terribles bombardeos de la Segunda Guerra
Mundial. Frei Otto, además de ordenar un espacio urbano de decenas de
hectáreas, crea una metáfora arquitectónica de como el pueblo alemán fue capaz
de levantarse y reconstruir en menos de 30 años un país destruido por el
totalitarismo y la guerra; contraponiendo a la arquitectura pétrea de un Reich “que
iba a perdurar mil años”, la ligereza y transparencia de una cubierta, fiel
reflejo de la nueva Alemania, democrática y motor económico y tecnológico del
viejo continente.
Según el jurado, Otto ha sido
premiado por “sus visionarias ideas, su mente curiosa, su fe en el intercambio
de conocimientos, su espíritu de cooperación y su preocupación en el uso
cuidadoso de los recursos”, para mi es además un poeta de la arquitectura.
Rafael Ortolá
Arquitecto
www.ortola-arquitectos.es